Todo el mundo experimenta miedo y ansiedad. El miedo es una respuesta emocional, fisiológica y del comportamiento, ante el reconocimiento de una amenaza externa (por ejemplo un intruso o un vehículo sin control). La ansiedad es un estado emocional desagradable que tiene una causa menos clara y a menudo se acompaña de cambios fisiológicos y del comportamiento similares a los causados por el miedo. A causa de estas similitudes, a veces se usan los términos ansiedad y miedo de forma indistinta.
La ansiedad es una respuesta al estrés, como la interrupción de una relación importante o verse expuesto a una situación de desastre con peligro vital. Una teoría sostiene que la ansiedad puede también ser una reacción a unos impulsos reprimidos, agresivos o sexuales, que amenazan con desbordar las defensas psicológicas que normalmente los mantienen bajo control. Por lo tanto, la ansiedad indica la presencia de un conflicto psicológico.
La ansiedad puede aparecer súbitamente, como el pánico, o gradualmente a lo largo de minutos, horas o días. La duración de la ansiedad puede ser muy variable, desde unos pocos segundos hasta varios años. Su intensidad puede ir desde una angustia apenas perceptible hasta un pánico establecido.
Cómo afecta la depresión a la forma de actuar Se puede representar en una curva la influencia de la ansiedad sobre la forma de actuar. Conforme se incrementa el nivel de ansiedad, aumenta de forma proporcional la eficiencia de las actuaciones, pero sólo hasta cierto punto. Cuando la ansiedad supera este punto, la eficiencia de las actuaciones disminuye. Antes de alcanzar el pico de la curva, la ansiedad es un medio adaptativo, porque ayuda a la gente a prepararse para una crisis y mejorar sus cometidos. Más allá del pico de la curva, la ansiedad es maladaptativa y provoca sufrimiento y disfunción.
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La ansiedad actúa como un elemento dentro de un amplio rango de respuestas de acomodo que son esenciales para la supervivencia en un mundo peligroso. Un cierto grado de ansiedad proporciona un componente adecuado de precaución en situaciones potencialmente peligrosas. En la mayoría de los casos, el nivel de ansiedad de una persona experimenta cambios apropiados e imperceptibles a lo largo de un espectro de estados de consciencia desde el sueño hasta la vigilia, pasando por la ansiedad y el miedo y así sucesivamente. En algunas ocasiones, sin embargo, el sistema de respuesta a la ansiedad funciona incorrectamente o es desbordado por los acontecimientos; en este caso puede presentarse un trastorno por ansiedad.
La gente reacciona de forma diferente ante los acontecimientos. Por ejemplo, a algunas personas les encanta hablar en público mientras que a otras les da pavor hacerlo. La capacidad de soportar la ansiedad varía según las personas y puede ser difícil determinar cuándo se trata de una ansiedad anormal. Sin embargo, cuando la ansiedad se presenta en momentos inadecuados o es tan intensa y duradera que interfiere con las actividades normales de la persona, entonces se la considera como un trastorno. La ansiedad puede ser tan estresante e interferir tanto con la vida de una persona que puede conducir a la depresión. Algunas personas tienen un trastorno por ansiedad y una depresión al mismo tiempo. Otras desarrollan primero una depresión y luego un trastorno por ansiedad.
Los trastornos por ansiedad son el trastorno psiquiátrico más frecuente. El diagnóstico de un trastorno por ansiedad se basa fundamentalmente en sus síntomas. Sin embargo, los síntomas de ciertas enfermedades (por ejemplo, una glándula tiroides hiperactiva) o por el uso de fármacos recetados por el médico (corticosteroides) o el abuso de drogas (cocaína) pueden ser idénticos a los síntomas de ansiedad. Una historia familiar de ansiedad puede ayudar al médico a establecer el diagnóstico, ya que tanto la predisposición a una ansiedad específica como la predisposición general a la ansiedad tienen a menudo carácter hereditario.
Es importante realizar un diagnóstico correcto, debido a que los tratamientos difieren de un tipo de ansiedad a otro. Según el tipo, la terapia del comportamiento, los fármacos o la psicoterapia, solos o en combinaciones apropiadas, pueden aliviar significativamente el sufrimiento y la disfunción de la mayor parte de los pacientes.
Ansiedad generalizada
La ansiedad generalizada consiste en una preocupación y una ansiedad excesivas y casi diarias (con duración mayor o igual a 6 meses) acerca de una variedad de actividades y acontecimientos.
La ansiedad y la preocupación de la ansiedad generalizada son tan extremas que son difíciles de controlar. Además, la persona experimenta tres o más de los siguientes síntomas: inquietud, cansancio fácil, dificultad para concentrarse, irritabilidad, tensión muscular y alteración del sueño. Las preocupaciones son algo natural; entre las más frecuentes se encuentran las de las responsabilidades en el trabajo, el dinero, la salud, la seguridad, las reparaciones del vehículo y las labores cotidianas. La intensidad, frecuencia o duración de las preocupaciones son desproporcionadamente más grandes que las requeridas por la situación.
La ansiedad generalizada es frecuente: aproximadamente del 3 al 5 por ciento de los adultos la presenta en algún momento durante el año. Las mujeres tienen el doble de probabilidades de presentarla. Frecuentemente comienza en la niñez o en la adolescencia, pero se puede presentar a cualquier edad. Para la mayor parte de la gente, esta condición es fluctuante, empeorando en determinados momentos (sobre todo en épocas de estrés) y persiste a lo largo de muchos años.
Tratamiento
Los fármacos son el tratamiento de elección para la ansiedad generalizada. Habitualmente se prescriben fármacos ansiolíticos como las benzodiacepinas; sin embargo, debido a que el uso de benzodiacepinas a largo plazo puede crear dependencia, si se decide su interrupción, debe reducirse escalonadamente y no de forma brusca. El alivio que proporcionan las benzodiacepinas compensa generalmente algunos ligeros efectos secundarios.
La buspirona es otro fármaco eficaz para muchas personas con ansiedad generalizada. Su uso parece no acarrear dependencia física. Sin embargo, la buspirona puede tardar dos semanas o más en hacer efecto, en contraste con las benzodiacepinas, que comienzan a actuar en el plazo de unos minutos.
La terapia de comportamiento no suele ser generalmente beneficiosa porque no existen claras situaciones que desencadenen la ansiedad. Las técnicas de relajación y de biorretroacción pueden ayudar.
La ansiedad generalizada puede estar asociada con conflictos psicológicos subyacentes. Estos conflictos están frecuentemente relacionados con inseguridades y actitudes autocríticas que son autodestructivas. Para algunas personas, la psicoterapia puede ser eficaz para ayudar a comprender y a resolver conflictos psicológicos internos.
Ansiedad inducida por fármacos o problemas médicos
La ansiedad puede ser el resultado de un trastorno médico o del uso de una droga. Ejemplos de problemas médicos que pueden causar ansiedad incluyen los trastornos neurológicos como una lesión en la cabeza, una infección en el cerebro y una enfermedad del oído interno, trastornos cardiovasculares como la insuficiencia cardíaca y las arritmias, trastornos endocrinos como una hiperfunción de las glándulas suprarrenales o del tiroides y trastornos respiratorios como el asma y la enfermedad pulmonar obstructiva crónica. Las drogas que pueden inducir ansiedad incluyen el alcohol, estimulantes, cafeína, cocaína así como muchos fármacos prescritos. También se puede producir ansiedad cuando se interrumpe un fármaco.
La ansiedad debe disminuir cuando se trata la enfermedad somática o cuando ha pasado tiempo suficiente desde la interrupción del fármaco para que hayan desaparecido los efectos de su supresión. Cualquier grado de ansiedad remanente puede ser tratado con fármacos ansiolíticos adecuados, terapia de comportamiento o psicoterapia.
Ataques de pánico y pánico patológico
El pánico es una ansiedad aguda y extrema que se acompaña de síntomas fisiológicos.
Los ataques de pánico pueden ocurrir en cualquier tipo de ansiedad, generalmente en respuesta a una situación específica relacionada con las principales características de la ansiedad. Por ejemplo, una persona con fobia a las serpientes puede sufrir pánico cuando se encuentra con una de ellas. Sin embargo, estas situaciones de pánico difieren de las que son espontáneas, no provocadas y que son las que definen el problema como un pánico patológico.
Los ataques de pánico son frecuentes: más de un tercio de los adultos los presentan cada año. Las mujeres son de dos a tres veces más propensas. El trastorno por pánico es poco corriente y se diagnostica en algo menos del 1% de la población. El pánico patológico generalmente comienza en la adolescencia tardía o temprano en la edad adulta.
Síntomas y diagnóstico
Los síntomas de un ataque de pánico (entre otros, dificultad respiratoria, vértigos, aumento del ritmo cardíaco, sudación, ahogo y dolor en el pecho) alcanzan su intensidad máxima en el plazo de 10 minutos y normalmente se disipan dentro de pocos minutos, no pudiendo por ello observarlos el médico, sino tan sólo el miedo de la persona a sufrir otro terrible ataque. Como los ataques de pánico se producen frecuentemente de modo inesperado o sin razón aparente, con frecuencia las personas que los presentan se preocupan con anticipación por la posibilidad de sufrirlos de nuevo (una situación conocida como ansiedad anticipatoria) y evitan lugares donde han sufrido ataques anteriormente. El hecho de evitar los lugares que se temen se denomina agorafobia. Si la agorafobia es lo suficientemente intensa, la persona puede llegar a enclaustrarse en su propio domicilio.
Como los síntomas de un ataque de pánico implican a muchos órganos vitales, las personas a menudo se preocupan pensando que padecen un problema del corazón, de los pulmones o del cerebro y buscan la ayuda de algún médico o se dirigen a un servicio de urgencias. Aunque los ataques de pánico son incómodos (a veces de forma extrema), no son peligrosos.
Tratamiento
En general, las personas se recuperan de los ataques de pánico sin tratamiento; algunas desarrollan un pánico patológico. La recuperación sin tratamiento es posible en aquellos que tienen ataques de pánico, o de ansiedad anticipatoria, recurrentes, particularmente si están repetidamente expuestos a la situación o a estímulo que los provocan. Las personas que no se recuperan por sí mismas o que no buscan tratamiento continúan padeciendo los procesos de sufrimiento y recuperación de cada uno de los ataques de manera indefinida.
Las personas responden mejor al tratamiento cuando comprenden que el pánico patológico implica procesos tanto biológicos como psicológicos. Los fármacos y la terapia del comportamiento pueden controlar generalmente la sintomatología. Además, la psicoterapia puede ayudar a resolver cualquier conflicto psicológico subyacente a los sentimientos y comportamientos ansiosos.
Los fármacos utilizados para tratar el trastorno por pánico incluyen los antidepresivos y los fármacos ansiolíticos como las benzodiacepinas. Todos los tipos de antidepresivos tricíclicos (como la imipramina), los inhibidores de la monoaminooxidasa (como la fenelzina) y los inhibidores selectivos de la recaptación de serotonina (como la fluoxetina) han demostrado ser eficaces. Aunque se ha probado la eficacia de varias benzodiacepinas en ensayos controlados, solamente el alprazolam está específicamente aprobado para tratar el trastorno por pánico. Las benzodiacepinas actúan más rápido que los antidepresivos pero pueden causar dependencia física y son más propensas a producir ciertos efectos secundarios como somnolencia, alteraciones de la coordinación y aumento del tiempo de reacción.
Cuando un fármaco es eficaz, previene o reduce en gran medida el número de ataques de pánico. Un fármaco puede tener que tomarse durante largos períodos si los ataques de pánico reaparecen una vez que se interrumpe el tratamiento.
La terapia de exposición, un tipo de terapia de comportamiento en la cual la persona es expuesta repetidamente al factor que desencadena el ataque de pánico, a menudo ayuda a disminuir el temor. La terapia de exposición se continúa hasta que la persona desarrolla un alto grado de comodidad ante la situación que provocaba la ansiedad. Además, la gente temerosa de sufrir un desmayo durante un ataque de pánico puede practicar un ejercicio consistente en girar en una silla o respirar rápidamente (hiperventilar) hasta que sienten que van a desmayarse. Este ejercicio les demuestra que no se van a desmayar durante el ataque de pánico. Practicando despacio, las respiraciones profundas (control respiratorio) ayudan a muchas personas con tendencia a hiperventilar.
La psicoterapia con el objetivo de conocer y comprender mejor los conflictos psicológicos subyacentes puede resultar también de utilidad. Un psiquiatra asesora a la persona para determinar si este tipo de tratamiento es adecuado. De forma menos intensa, la psicoterapia de apoyo es siempre apropiada porque un terapeuta puede proporcionar información general acerca del trastorno, su tratamiento y las esperanzas reales de mejoría, y por el apoyo que aporta una relación de confianza con el médico.
Fobias
Las fobias implican una ansiedad persistente, irrealista e intensa en respuesta a situaciones externas específicas como mirar hacia abajo desde las alturas o acercarse a un perro pequeño.
La gente que tiene una fobia evita situaciones que desencadenan su ansiedad o las soporta con gran sufrimiento. Sin embargo, reconocen que su ansiedad es excesiva y por ello son conscientes de tener un problema.
Agorafobia
Aunque agorafobia significa literalmente temor a las áreas del mercado o a los espacios abiertos, el término describe más específicamente el miedo a quedar atrapado sin una manera práctica y sencilla de escapar en caso de un ataque de ansiedad. Las situaciones típicas que son difíciles para una persona con agorafobia incluyen la espera en la cola en un banco o en el supermercado, sentarse en la mitad de una larga fila de asientos en el teatro o en clase y viajar en autobús o en avión. Algunas personas desarrollan agorafobia después de presentar un ataque de pánico en una de estas situaciones. Otras personas pueden sentirse simplemente incómodas en estas situaciones y no desarrollar nunca, o sólo tardíamente, ataques de pánico. La agorafobia a menudo interfiere con la vida diaria, en ocasiones de forma tan intensa que deja a la persona recluida en su domicilio.
Un 3,8 por ciento de las mujeres y un 1,8 por ciento de los varones presenta una agorafobia en un período de 6 meses. El trastorno comienza con más frecuencia temprano en la segunda década de la vida; es raro que se inicie más allá de los 40 años.
Tratamiento
El mejor tratamiento para la agorafobia es la terapia de exposición, un tipo de terapia del comportamiento. Con la ayuda de un terapeuta, la persona busca, confronta y permanece en contacto con lo que causa sus temores hasta que su ansiedad es poco a poco aliviada por la familiaridad que adquiere con la situación (un proceso llamado habituación). La terapia de exposición ayuda a más del 90 por ciento de las personas que la practica adecuadamente.
Si la agorafobia no se trata, generalmente fluctúa en intensidad y puede incluso desaparecer sin un tratamiento formal, posiblemente porque la persona ha llevado a cabo algún tipo personal de terapia de comportamiento.
Las personas con agorafobia que están profundamente deprimidas pueden necesitar tomar un antidepresivo. Las sustancias que deprimen el sistema nervioso central, como el alcohol o grandes dosis de fármacos ansiolíticos, pueden interferir en la terapia del comportamiento y antes de comenzar la terapia se interrumpen de modo gradual.
Al igual que en el trastorno por pánico, la ansiedad en algunas personas que padecen agorafobia puede tener sus raíces en conflictos psicológicos subyacentes. En estos casos, la psicoterapia (en la cual la persona adquiere un mejor conocimiento de los conflictos subyacentes) puede ser útil.
Fobias específicas
Las fobias específicas son los episodios de ansiedad más frecuentes. Alrededor del 7 por ciento de las mujeres y el 4,3 por ciento de los varones tiene una fobia específica en un período de 6 meses.
Algunas fobias específicas, como el temor a los animales grandes, a la oscuridad o a los extraños comienzan temprano en la niñez. Muchas fobias desaparecen con el tiempo. Otras fobias como el miedo a los roedores, a los insectos, al agua, a las alturas o los sitios cerrados, se desarrollan característicamente más tarde. El 5 por ciento de las personas, por lo menos, tiene un cierto grado de fobia a la sangre, las inyecciones o las heridas y puede incluso desmayarse, lo que no sucede con otras fobias ni otros tipos de ansiedad. Por el contrario, muchas personas con trastornos por ansiedad, hiperventilan, lo que les puede provocar sensaciones de desmayo, aunque en realidad no llegan a desmayarse.
Tratamiento
Frecuentemente, una persona logra vivir con una fobia específica, simplemente evitando la situación o el objeto que le produce temor. Por ejemplo, un habitante de la ciudad temeroso de las serpientes puede que no tenga ningún problema en evitarlas. Sin embargo, los habitantes de las ciudades a quienes asustan los espacios pequeños y cerrados como los ascensores tendrán problemas para trabajar en un piso alto.
La terapia de exposición, un tipo de terapia del comportamiento en la cual se expone a la persona de modo gradual ante la situación o el objeto temidos, es el mejor tratamiento para una fobia específica. Un terapeuta puede ayudar a la correcta realización de la terapia, aunque ésta puede ser realizada sin su ayuda. Incluso las personas con fobia a la sangre o a las agujas responden bien a la terapia de exposición. Por ejemplo, a una persona que se desmaya cuando le sacan sangre se le puede colocar una aguja en posición cercana a una vena y retirarla cuando el ritmo cardíaco comienza a disminuir. La repetición de este proceso permite la normalización del ritmo cardíaco. Al final, esta persona puede hacerse sacar sangre sin desmayarse.
Los fármacos no son muy útiles para ayudar a superar las fobias. Sin embargo, las benzodiacepinas (fármacos ansiolíticos) pueden proporcionar un control a corto plazo, como por ejemplo en el miedo a viajar en avión.
La psicoterapia con el objetivo de comprender los conflictos internos de la persona puede ser útil para identificar y tratar los conflictos que subyacen bajo una fobia específica.
Fobia social
La aptitud de una persona para relacionarse de un modo afable con otras afecta a muchos aspectos de la vida, incluyendo las relaciones familiares, la educación, el trabajo, el tiempo libre, las relaciones sociales y la vida de pareja. Aunque es normal tener algún grado de ansiedad en las situaciones sociales, las personas con fobia social tienen tanta ansiedad que tratan de evitarlas o bien las soportan con gran sufrimiento. Investigaciones recientes sugieren que alrededor de un 13 por ciento de la gente sufre una fobia social en algún momento de su vida.
Entre las situaciones que habitualmente desencadenan ansiedad entre la gente con fobia social se incluye hablar en público, actuar en público (como actuar en una obra o tocar un instrumento musical), comer con otros, firmar un documento ante testigos y usar un servicio público. A las personas con fobia social les preocupa que sus actuaciones o sus acciones sean inadecuadas. A menudo les preocupa que su ansiedad pueda ser percibida (porque transpiren, se enrojezcan, vomiten, tiemblen o que su voz se note temblorosa), que pierdan el hilo de su pensamiento o que no sean capaces de encontrar las palabras para expresarse.
Un tipo más general de fobia social es la que se caracteriza por presentar ansiedad en casi todas las situaciones sociales. Las personas con una fobia social generalizada están a menudo preocupadas temiendo que si sus actuaciones no cumplen las expectativas, se sentirán humilladas y avergonzadas.
Algunos individuos son tímidos por naturaleza y muestran esa timidez desde temprano, lo que más tarde se convierte en una fobia social. Otros experimentan por vez primera durante la pubertad su ansiedad en situaciones sociales. Si no se trata, la fobia social a menudo persiste, haciendo que mucha gente evite actividades en las que les gustaría participar.
Tratamiento
La terapia de exposición, un tipo de terapia del comportamiento, funciona bien para la fobia social, pero puede no conseguirse fácilmente una exposición lo suficientemente duradera que permita la habituación. Por ejemplo, una persona temerosa de hablar delante de su jefe puede que no sea capaz de conseguir un número de sesiones de conversación con él. Las situaciones de sustitución pueden ayudar, como las que se preparan en ciertas organizaciones creadas para quienes presentan ansiedad al hablar delante de una audiencia o leyendo un libro a los habitantes de una residencia para gente mayor. Las sesiones de sustitución pueden o no reducir la ansiedad durante las conversaciones con el jefe.
Los antidepresivos, como la sertralina y la fenelcina, y los fármacos ansiolíticos, como el clonazepam, pueden a menudo ser de utilidad para la gente con fobia social. Muchas personas utilizan el alcohol para facilitar las relaciones sociales; en algunos casos, sin embargo, ello puede llevar al abuso y dependencia del alcohol.
La psicoterapia, que implica mantener conversaciones con un terapeuta, puede ser particularmente beneficiosa para la gente capaz de examinar su propio comportamiento y hacer cambios en su forma de pensar y de reaccionar ante las situaciones.
Obsesión compulsiva
La obsesión compulsiva se caracteriza por la presencia de ideas, imágenes o impulsos recurrentes, no deseados, invasores, que parecen sin sentido, extraños, indecentes o aterradores (obsesiones) y a la vez una urgencia o una compulsión a hacer algo que libere de la incomodidad causada por la obsesión.
Los temas obsesivos omnipresentes son el daño, el riesgo o el peligro. Entre las obsesiones más frecuentes están las preocupaciones por la contaminación, la duda, la pérdida y la agresividad. Característicamente, la gente con un trastorno obsesivo-compulsivo se siente impulsada a realizar rituales (actos repetitivos, con un propósito, intencionales). Los rituales utilizados para controlar una obsesión incluyen lavarse o limpiarse para quitarse la contaminación, comprobaciones repetitivas para suprimir las dudas, guardar las cosas para que no se pierdan y evitar a las personas que pudieran ser objeto de agresión. En general los rituales consisten en el excesivo lavado de manos o en la comprobación repetitiva para asegurarse de haber cerrado la puerta. Otros rituales son mentales, como el cálculo repetitivo o hacer afirmaciones para disminuir el peligro. La obsesión compulsiva es diferente de la personalidad obsesivo-compulsiva.
La gente puede tener una obsesión hacia cualquier cosa y sus rituales no están siempre conectados de forma lógica a la incomodidad que se trata de aliviar. Por ejemplo, una persona que está preocupada por la contaminación puede haber sentido alivio una vez al haber metido por casualidad su mano en el bolsillo. A partir de ese momento, cada vez que le surge una obsesión relacionada con la contaminación, introduce repetidamente su mano en el bolsillo.
En general, las personas con trastornos obsesivo-compulsivos son conscientes de que sus obsesiones no reflejan riesgos reales. Reconocen que su comportamiento físico y mental es excesivo hasta el punto de llegar a ser insólito. De allí la diferencia entre la obsesión compulsiva y los trastornos psicóticos, en los cuales la gente pierde contacto con la realidad.
La obsesión compulsiva afecta a cerca del 2,3 por ciento de los adultos y sucede con aproximadamente igual frecuencia en mujeres que en varones. Como las personas afectadas por este trastorno temen la vergüenza de ser descubiertas, a menudo realizan sus rituales de modo secreto, aun si éstos les llevan varias horas cada día. Cerca de un tercio de las personas con una obsesión compulsiva se encuentra en estado depresivo cuando se diagnostica el trastorno. En conjunto, dos tercios sufren depresión en algún momento.
Tratamiento
La terapia de exposición, un tipo de terapia del comportamiento, a menudo ayuda a la gente con una obsesión compulsiva. En este tipo de terapia, la persona es expuesta a las situaciones o a las personas que desencadenan las obsesiones, los rituales o la incomodidad. La incomodidad de la persona o su ansiedad disminuirán de modo gradual si se controla para no realizar el ritual durante exposiciones repetidas al estímulo que lo provoca. De este modo, la persona aprende que no necesita el ritual para quitarse dicha incomodidad. La mejoría generalmente persiste durante años, probablemente porque aquellos que han conseguido aprender a utilizar este protocolo de autoayuda, continúan practicándolo sin demasiado esfuerzo como una forma de vida después de haber concluido el tratamiento.
Los fármacos pueden también ayudar a muchas de estas personas. Tres fármacos (clomipramina, fluoxetina y fluvoxamina) han sido aprobados específicamente para este uso y dos más (paroxetina y sertralina) también han demostrado ser eficaces. Se usan algunos otros fármacos antidepresivos pero con menor frecuencia.
La psicoterapia, con el objetivo de conocer y comprender mejor los conflictos internos, generalmente no ha resultado de utilidad para las personas con obsesión compulsiva. Normalmente, el mejor tratamiento es una combinación de fármacos y de terapia del comportamiento.
Estrés postraumático
El estrés postraumático es un trastorno por ansiedad causado por la exposición a una situación traumática abrumadora, en el cual la persona experimenta más tarde repetidamente la situación traumática.
Las situaciones que son una amenaza para la vida o que pueden causar lesiones graves pueden afectar a las personas mucho después de que hayan ocurrido. El miedo intenso, el desamparo o el terror pueden obsesionar a una persona. La situación traumática se reexperimenta en repetidas ocasiones, generalmente como pesadillas o imágenes que vienen a la memoria. La persona evita persistentemente cosas que le recuerdan el trauma. A veces los síntomas no comienzan hasta muchos meses e incluso años después del evento traumático. La persona experimenta una disminución de su capacidad general de reacción y síntomas de hiperreactividad (como la dificultad para conciliar el sueño o asustarse con facilidad). Los síntomas depresivos son frecuentes.
El estrés postraumático afecta por lo menos al uno por ciento de la población alguna vez durante su vida. En las personas con mayor riesgo, como los veteranos de la guerra y las víctimas de violaciones o de otros actos violentos, tiene una mayor incidencia. El estrés postraumático crónico no desaparece, pero a menudo se hace menos intenso con el tiempo, incluso sin tratamiento. Sin embargo, algunas personas quedan indefinidamente marcadas por este trastorno.
Tratamiento
El tratamiento del estrés postraumático incluye terapia del comportamiento, fármacos y psicoterapia. En la terapia del comportamiento, se expone a la persona a situaciones que pueden desencadenar recuerdos de la experiencia dolorosa. Después de un incremento inicial en el malestar, generalmente la terapia conductual disminuye el sufrimiento de la persona. La contención de los rituales, como lavarse de manera excesiva después de una agresión sexual, puede ser de utilidad.
Los antidepresivos y los ansiolíticos parecen ser de utilidad. La psicoterapia de apoyo juega un papel especialmente importante porque, a menudo, existe una ansiedad intensa en relación con el recuerdo de los sucesos traumáticos. El terapeuta muestra una empatía franca y reconoce simpáticamente el dolor emocional de la persona. Confirma a la persona que su respuesta es lógica, pero la anima a encarar sus recuerdos durante la terapia conductual desensibilizante. También se enseñan al paciente métodos para controlar la ansiedad, lo que le ayuda a modular e integrar los recuerdos dolorosos dentro de su personalidad.
Las personas con estrés postraumático a menudo tienen sentimientos de culpabilidad. Por ejemplo, pueden creer haber actuado de forma inaceptablemente agresiva y destructiva durante el combate, o pueden haber sufrido una experiencia traumática en la cual murieron familiares o amigos y sienten culpa por haber sobrevivido. Si es así, la psicoterapia orientada a la introspección puede ayudar a estas personas a comprender por qué se están autoinculpando y a liberarse de estos sentimientos de culpa. Esta técnica psicoterapéutica puede necesitarse para ayudar a la persona a recuperar los recuerdos traumáticos clave que han sido reprimidos, de tal forma que puedan ser manejados de modo constructivo.
Estrés agudo
El estrés agudo es similar al estrés postraumático, excepto que comienza dentro de las cuatro semanas después del acontecimiento traumático y dura solamente de 2 a 4 semanas.
Una persona con un estrés agudo ha sufrido una exposición a un acontecimiento terrorífico. La persona reexperimenta el suceso traumático en su mente, evita cosas que se lo recuerden, tiene un aumento de ansiedad y también tres o más de los siguientes síntomas:
- Un sentimiento de insensibilidad, alejamiento o ausencia de respuestas afectivas.
- Conciencia reducida del entorno (por ejemplo, aturdimiento).
- Sensación de que las cosas no son reales.
- Sensación de que él mismo no es real.
- Incapacidad de recordar una parte importante del acontecimiento traumático.
Tratamiento
Muchas personas se recuperan del estrés agudo una vez que son retiradas de la situación traumática y se les da apoyo adecuado en forma de comprensión, empatía con su sufrimiento y una oportunidad de describir lo que ocurrió y cómo fue su propia reacción. Mucha gente se beneficia al poder describir varias veces su experiencia. Ayudar a la persona a conciliar el sueño puede ser beneficioso, pero algún otro tipo de fármaco puede interferir el proceso normal de curación.
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